viernes, 23 de abril de 2010

Indiferencia

Era un venerable maestro. En sus ojos había un reconfortante destello de paz
permanente. Sólo tenía un discípulo, al que paulatinamente iba impartiendo la enseñanza
mística. Un día, el cielo se había teñido de una hermosa tonalidad de naranja-oro, cuando
el maestro se dirigió al discípulo y le ordenó:
--Querido mío, acércate al cementerio y con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a
gritar toda clase de halagos a los muertos.
El discípulo caminó hasta un cementerio cercano. El silencio era sobrecogedor. Quebró
la apacible atmósfera del lugar gritando toda clase de elogios a los muertos. Regresó
junto a su maestro.
--Dime, dime ¿Qué te respondieron los muertos? -preguntó el maestro.
--Nada dijeron.
--En ese caso, mi muy querido amigo, vuelve al cementerio y lanza toda suerte de
insultos a los muertos.
El discípulo regresó hasta el silente cementerio. A pleno pulmón, comenzó a soltar toda
clase de improperios contra los muertos. Después de unos minutos volvió junto al
maestro. Al instante le preguntó:
--¿Qué te han respondido los muertos?
--De nuevo, nada dijeron -repuso el discípulo.
Y el maestro concluyó su lección:
--Así debes ser tú, indiferente como un muerto a los halagos y a los insultos de los otros.

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